César Manrique conoce a Pancho Lasso. El escultor lanzaroteño había regresado de Madrid en 1939, huyendo de los horrores de la Guerra Civil, y en poco tiempo entabló una amistad con Manrique, por ese entonces un joven estudiante al que influenció muy positivamente al transmitirle unas ideas de vanguardia artística por ese entonces totalmente inaccesibles en Lanzarote.