
El documento analiza la profunda transformación de Lanzarote y Fuerteventura, dos islas áridas, impulsada por la introducción de plantas desaladoras de agua de mar y el inicio del turismo de masas a partir de los años sesenta y setenta. Este cambio resolvió la escasez hídrica histórica y provocó un crecimiento demográfico sin precedentes, una mejora del nivel de vida y la transformación de la economía hacia los sectores de la construcción y servicios.
Como consecuencia, se abandonó la agricultura tradicional (como las gavias y enarenados), lo que, si bien revalorizó el paisaje como activo turístico, también incrementó los procesos erosivos y el riesgo de desertificación en ambas islas.