Desde comienzos del siglo XVI se han planteado relaciones con tribus norteafricanas a partir de los nombres de algunas de las Islas Canarias o de sus habitantes. La primera propuesta fue de Nebrija, con los Gomeros del Rif, pues uno de los dominios de la corona española en la costa norteafricana era el Peñón de Vélez de la Gomera. Continuó con Glas, en la segunda mitad del siglo XVIII, que asoció a los Beni-howare con el nombre de La Palma, Benehoare, y se consolidó con el primer libro de Berthelot, a mediados del siglo XIX, quien introdujo relaciones para casi todas las islas incluyendo los Maghraouah con Mahorata o Fuerteventura, los Canarii del Atlas, los Guanseris del Djebel Ouanseris para Tenerife o los Beny’ Bachir con los Bimbapes de El Hierro. En los últimos años se han retomado estas relaciones en particular por Jiménez González y Tejera, destacando la reciente identificación de los canes citados por la expedición de Juba II con focas monje, lo que no coincide con Plinio que las denomina becerros marinos. Falta, sin embargo, un estudio arqueológico e histórico detallado en estos modelos que presuponen que cada isla fue poblada por una tribu norteafricana diferente. Respecto al nombre de Canarias, creemos que deriva de la presencia del Cabo Gannaria o Caunaria en la cartografía de Ptolomeo, actual Cabo Ghir, un importante hito en la navegación pues desde allí los barcos cambiaban el rumbo de la navegación, perdiéndose la vista de la costa africana y se empezaba a navegar en altura para dirigirse a las Islas Canarias, lo que podría explicar que este nombre perviviese durante el Bajo Imperio y el Alto Medievo y se acabase generalizando para todas las islas.