A partir del segundo tercio del siglo XVIII en Lanzarote se registran una serie de considerables transformaciones en su paisaje, economía y población, fenómenos sin parangón en el marco regional durante la Edad Moderna. Los efectos del vulcanismo no fueron meramente físicos, pues supusieron un cambio en la distribución de la propiedad agraria, las formas de obtención de las rentas y en el seno del sector preponderante. El cortijo de Testeyna es un ejemplo de las vicisitudes de la isla en ese periodo histórico. La propiedad estaba vinculada a algunas de las principales familias insulares (Fajardo, Clavijo) e incluso extrainsulares, (Condado de la Vega Grande de Gran Canaria), las cuales acusaron en sus bienes los cambios operados por el vulcanismo, debiendo modificar su estrategia de inversiones debido a los perniciosos efectos generados sobre la propiedad por el lapilli y la lava. Con posterioridad, la propiedad careció de las inversiones necesarias para convertirla en un referente de la isla.