A fines de la Modernidad Lanzarote se muestra como una isla con fuertes contradicciones en su estructura socioeconómica, tras los favorables efectos generados por las arenas volcánicas al conjunto de su producción agraria o los notables ingresos obtenidos de la explotación barrillera. Las coyunturas recesivas, la inflación, la presencia de numerosos foráneos –en especial en los periodos de cultivo y recolección– o el desabastecimiento de productos, creado artificiosamente o no, entre otros aspectos, condujeron hacia una inestabilidad social. El pescado fresco o salado se convirtió en una alternativa para los sectores menos pudientes de conseguir a bajo precio un alto grado de ingestión de proteínas y minerales que, unido a los cereales, habitualmente cebada, le permitiera reproducir la mano de obra sine die. La existencia en la isla de salinas propiedad del señorío – producción exportada en abundancia desde hacía décadas al resto de la región– permitió generalizar las salazones destinadas al consumo local y a su saca hacia el Archipiélago.