El legado de César Manrique ofrece una alternativa estética rigurosamente comprometida con la exaltación lírica del paisaje de Lanzarote, con una sublimación de elementos y soluciones espaciales de la arquitectura tradicional, en armónica convivencia con la naturaleza volcánica y con las fuerzas telúricas. En su ideario se articula una concepción del arte y de la existencia como poéticas basadas en el amor al paisaje y a una visión gozosa de la vida. César no sólo fue el defensor de la regeneración de los valores tradicionales de la arquitectura popular, sino que se convirtió también en el diseñador de una estética que sintetizaba austeridad constructiva y exotismo, una estética que se adecuaba excepcionalmente bien a las formas del paisaje lanzaroteño. Con esos argumentos propuso una utopía basada en el hedonismo y la armonía paisajísticos, creando espacios urbanísticos y arquitectónicos singulares, que se han convertido en la marca de identidad turística de la isla de Lanzarote.