Según recoge la tradición, la niña Rafaela Acosta, vecina de Mancha Blanca, recibe la visita de la Virgen de Los Dolores, quien le encomienda que recuerde a los vecinos de su pueblo la promesa hecha casi cuarenta años atrás de construir un templo en su honor como agradecimiento por haber parado las lavas de la erupción de Timanfaya.